Antonio Moltó, periodista y pedagogo por esencia que no deja pasar un día sin una idea constructiva, una palabra sugerente
Luis Sexto
Lo vi en las
fotos, mientras le entregaban esta semana la réplica del machete del
Generalísimo Máximo Gómez. Sus labios se apretaban como en una sonrisa
contenida. Pero uno, que lo conoce de tantos momentos de estar juntos como los
dedos de las manos, intentando justificar nuestra profesión con actos de
honradez, intuía que la pretendida sonrisa era la lágrima mordida para que la
emoción no se despeñara.
Muchos
radioyentes, y estudiantes y colegas de todo el país, incluso de más allá,
saben a quién me refiero. Al periodista y pedagogo por esencia que no deja
pasar un día sin una idea constructiva, una palabra sugerente. Escribo, y quién
no lo sabe, del fundador de Hablando claro, ese programa que el año próximo
cumplirá 20 años en el aire y que, cada día en Radio Rebelde, en su voz —y aunque
a veces no esté presente, siempre lo está— enrumba el perfil temático del
espacio y con su afilada mesura nos conduce a Alina Perera, José Alejandro
Rodríguez y a este cronista, en el tratamiento de problemas y deficiencias de
nuestra sociedad. Ahora hablo también en nombre de ellos. Si cada uno
escribiera esta notas, dirían que los tres le debemos a Moltó haber adquirido
la forma y la madurez para abordar por la radio lo complejo sin convertirlo en
simpleza.
Entre mis
tesoros —también entre los de mis amigos Alina y Pepe— clasifica la amistad de
Moltó, compañero cabal, sincero, sin doblez. Nada regala, sino da u ofrece
cuando uno lo merece. Y nosotros sentimos la dicha de que él haya confiado en
uno para la lucha actual, que ya no es, por el momento, de fusil engrasado o
machete acerado, sino de fusil de ideas, de almas limpias, almas con el filo de
la convicción y el empeño de comprender, convencer y conmover.
Mis vínculos
con Moltó se iniciaron a mediados de 1993. Me llamó a casa: Ven a verme a Radio
Rebelde, me dijo. Él entonces ejercía la dirección de política editorial. Me
explicó el proyecto de un programa para esclarecer, impugnar, aplaudir y
criticar. Y para ello requería de periodistas con experiencia en el ejercicio
de la opinión. Yo trabajaba entonces en Bohemia. Pero, nada sé de radio, le
advertí. Y él me animó diciéndome que la experiencia periodística supliría las
torpezas iniciales, y que íbamos a comenzar ahora mismo. Te esperan en el
estudio. ¿Ahora? Ahora. El primer tema lo tenía sobre la mesa: la
despenalización de la divisa. Intentaremos explicar la medida. Y así Moltó me
facilitó la oportunidad de ser la voz que abrió a Hablando claro: fui el
primero en asistir a su oficina. Poco más tarde, llegaron Renato Recio, Osvaldo
Rodríguez y Eloy Concepción. En esas primeras semanas, cada comentarista, cada
día, a solas con un moderador. Con el tiempo, entraron en nuestro estudio otros
compañeros como Julito García, Fernando Dávalos, Herminia Rodríguez…
Moltó
dirigía. Sus funciones en la emisora le estorbaban participar directamente.
Tiempo después, elegido como vicepresidente profesional de la Unión de
Periodistas, pudo sumarse al espacio como moderador. Pero no es mi propósito
hacer el currículo profesional de nuestro amigo. Más bien, pretendo exaltar su
virtud laboriosa, su capacidad de crear y de liderar iniciativas, y de
aglutinar, unir, dar participación, y sugerir, valorar, proponer soluciones. Su
benevolencia exigente, obliga a confiar en él. Y su vocación por el trabajo es
tan abarcadora y abnegada que ha llegado a desempeñar, como ahora, además de
sus cargos en la UPEC y su trabajo en la radio, la dirección del Instituto
Internacional de Periodismo José Martí. Sustituyó en este centro a Guillermo
Cabrera, luego del deceso del Guille. Y ese relevo no pudo ser más atinado, más
consecuente. Ambos se igualan.
El día
antes, al revelarnos que había sido elegido para recibir el machete símbolo de
la hidalguía revolucionaria, le apreciamos como una especie de gozo infantil.
Estoy propuesto, aclaró. Quizá no lo merezca, añadió para atemperar el legítimo
gozo de quien confirmaba que había sido ya elegido, porque era amado, valorado,
respetado. Y ese estímulo en un 16 de abril, cuando le vienen a muchos los
recuerdos de las milicias atrincheradas, y todas las reservas de la edad joven
empinadas, es como volver a entrar simbólicamente en las arenas de Playa
Girón.
El mérito
personal no es un defecto que hemos de disimular. Es un valor humano. Y lo que
más admiro en Antonio Moltó es su actitud superadora y resistente ante el
riesgo o el fracaso.
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