jueves, 27 de octubre de 2011

Camilo: Lealtad sin límite al pueblo y a Fidel

La inesperada desaparición de Camilo el 28 de octubre de 1959, poseedor de una hermosa y rica leyenda, que había sabido ganarse la admiración y el cariño de su pueblo, por sus hazañas y modestia, puso en tensión no solo las fuerzas oficiales sino que toda la nación se dedicó a su búsqueda, convencida de haber perdido algo que le pertenece.
Fueron 11 días de ininterrumpido trabajo dirigido personalmente por Fidel. Jornadas en las que todo el pueblo sufrió, al hacerse evidente, con el decursar de cada día, la dolorosa certidumbre de una desaparición definitiva.
Como consecuencia de una falsa noticia echada a rodar por los enemigos de la Revolución, al anunciar la radio que Camilo había sido encontrado, estalló la alegría de la espontánea emoción popular. Fue aquella falaz noticia una acción de caracteres tan malvados y reaccionariamente sutiles que, luego de desmentida, el pueblo lloró unánimemente en montes y ciudades. Sobre los hombros de los enemigos de la Revolución cayó la condena de la sensibilidad universal. ¿Por qué Camilo Cienfuegos ganó tan alto grado de admiración y cariño? ¿Por qué esa demostración masiva y espontánea del pueblo por encontrarlo? Estas dos preguntas tienen una sola respuesta: el pueblo, la Revolución y Camilo fueron siempre factores inseparables de una misma causa. Han transcurrido 45 años desde su triste pérdida, pero el tiempo, lejos de disipar esta huella, ha hecho cada día más concreta y definitiva su trascendencia en la conciencia política y la veneración patriótica de nuestro pueblo. ¿Por qué ha ocurrido esto?
La intensa vida revolucionaria de Camilo Cienfuegos experimentaba un acelerado proceso de maduración cuando la muerte súbita la tronchó prematuramente —a los 27 años de edad—, en el mismo momento en que la Revolución comenzaba la dura y decisiva etapa de su batalla frontal contra el imperialismo yanki y la contrarrevolución interna.
Ese proceso quedó truncado, pues, en el instante en que ya el jefe guerrillero invicto y audaz, alcanzaba también la talla de dirigente revolucionario íntegro y experimentado, entregado con todas sus fuerzas a la aplicación de la política de la Revolución y a la defensa de la causa del pueblo. No olvidemos a Fidel cuando dijo: "Camilo seguirá viviendo en hombres como él, y en hombres que se inspiren en él" .
Aunque cayó cuando todo en realidad estaba aún por hacer, Camilo es, y será siempre, para nuestro pueblo ese difícil modelo de lo máximo que puede dar un hombre entregado a la causa de la Revolución, y que se define en una sola palabra: VANGUARDIA . Cuando nuestro Partido comenzaba a dar los primeros pasos en su organización, precisamente, Fidel expresó: "Durante los años de lucha en las montañas, nosotros siempre nos preocupábamos mucho por nuestra vanguardia, porque tenía tareas muy especiales y muy importantes: era la primera unidad en chocar con el enemigo si se emboscaba en los caminos, cuidar la ruta, montar guardia permanentemente. ¡Y allí, en el pelotón de la vanguardia de nuestra Columna estaba Camilo! ¡Eso es el Partido: la Vanguardia! "
Camilo, es cierto, no tenía la cultura de los libros, sino la inteligencia natural del pueblo. Durante su formación más temprana no parece haber estudiado la literatura marxista. Poseía, claro está, el denominador común que caracterizó a la Generación del Centenario que se lanzó a la lucha desde el zarpazo militar y en los años siguientes: Una apasionada identificación con las ideas martianas, un ansia irreductible por alcanzar para Cuba el sueño de una plena soberanía, el amor a la fraternidad humana, a la dignidad y a la honestidad de los hombres; dignidad y honestidad pública que había trazado maravillosa y estupendamente el Maestro.
Es por eso que en una entrevista realizada pocas semanas después del triunfo del Primero de Enero, Camilo ofreció una síntesis que expresa lo radical y pleno de su pensamiento político y revolucionario: "El proceso revolucionario actual, donde el alma, el corazón y el coraje de nuestra generación se ha entregado a la causa de la libertad, no es más que la continuación de la gesta libertaria, iniciada en el 68, continuada en el 95 y frustrada durante la República. Los ideales de liberación, de justicia social, política y económica por las cuales murió nuestro Apóstol, son las razones de nuestra lucha" .
Frente a los intentos de confundir y dividir a los revolucionarios y al pueblo, su incesante prédica por la unidad. En Sagua la Grande, ante la tumba de los caídos el 9 de Abril, fue este su ardiente llamamiento: "... pedimos que en silencio, como hacen los hombres y mujeres de honor, juremos en silencio que nada ni nadie nos dividirá, que nada ni nadie detendrá la Revolución y que todos preferiremos mil veces caer muertos antes que rendirnos al enemigo o antes que la Revolución se detenga. ¡Yo juro, aquí, que el pensamiento de esos revolucionarios no será traicionado!"
Hay una foto, ya histórica, que se ha convertido con justicia en símbolo del triunfo de nuestra Revolución. Fue tomada el 8 de enero de 1959, al cabo de seis años de la dura lucha que se inició en el Moncada, se continuó en la cárcel, en el exilio, en la expedición libertadora del Granma y, la invasión rebelde, finalmente, culminó tras 25 meses de heroica guerra revolucionaria en las montañas, campos y ciudades: Fidel entra victorioso en La Habana; el pueblo lo aclama con desbordada manifestación de júbilo, a su lado, ametralladora en mano, montando guardia junto al jefe de la Revolución, como en los primeros y azarosos días de la Sierra Maestra, va Camilo.
Camilo fue el compañero de cien batallas, el hombre de confianza de Fidel en los momentos difíciles de la guerra y el luchador abnegado que hizo siempre del sacrificio un instrumento para templar su carácter y forjar el de la tropa. Creo que él hubiera aprobado este manual donde se sintetizan nuestras experiencias guerrilleras, porque son el producto de la vida misma, pero él le dio a la armazón de letras aquí expuesta la vitalidad esencial de su temperamento, de su inteligencia y de su audacia, que sólo se logran en tan exacta medida en ciertos personajes de la Historia.

Pero no hay que ver a Camilo como un héroe aislado realizando hazañas maravillosas al solo impulso de su genio, sino como una parte misma del pueblo que lo formó, como forma sus héroes, sus mártires o sus conductores en la selección inmensa de la lucha, con la rigidez de las condiciones bajo las cuales se efectuó. No sé si Camilo conocía la máxima de Dantón sobre los movimientos revolucionarios, «audacia, audacia y más audacia»; de todas maneras, la practicó con su acción, dándole además el condimento de las otras condiciones necesarias al guerrillero: el análisis preciso y rápido de la situación y la meditación anticipada sobre los problemas a resolver en el futuro.

Aunque estas líneas, que sirven de homenaje personal y de todo un pueblo a nuestro héroe, no tienen el objeto de hacer su biografía o de relatar sus anécdotas, Camilo era hombre de ellas, de mil anécdotas, las creaba a su paso con naturalidad. Es que unía a su desenvoltura y a su aprecio por el pueblo, su personalidad; eso que a veces se olvida y se desconoce, eso que imprimía el sello de Camilo a todo lo que le pertenecía: el distintivo precioso que tan pocos hombres alcanzan de dejar marcado lo suyo en cada acción. Ya lo dijo Fidel: no tenía la cultura de los libros, tenía la inteligencia natural del pueblo, que lo había elegido entre miles para ponerlo en el lugar privilegiado a donde llegó, con golpes de audacia, con tesón, con inteligencia y devoción sin pares. Camilo practicaba la lealtad como una religión; era devoto de ella; tanto de la lealtad personal hacia Fidel, que encarna como nadie la voluntad del pueblo, como la de ese mismo pueblo; pueblo y Fidel marchan unidos y así marchaban las devociones del guerrillero invicto.

¿Quién lo mató?

Podríamos mejor preguntarnos: ¿quién liquidó su ser físico? porque la vida de los hombres como él tiene su más allá en el pueblo; no acaba mientras éste no lo ordene.

Lo mató el enemigo, lo mató porque quería su muerte, lo mató porque no hay aviones seguros, porque los pilotos no pueden adquirir toda la experiencia necesaria, porque, sobrecargado de trabajo, quería estar en pocas horas en La Habana... y lo mató su carácter. Camilo, no medía el peligro, lo utilizaba como una diversión, jugaba con él, lo toreaba, lo atraía y lo manejaba; en su mentalidad de guerrillero no podía una nube detener o torcer una línea trazada.

Fue allí, cuando todo un pueblo lo conocía, lo admiraba y lo quería; pudo haber sido antes y su historia sería la simple de un capitán guerrillero. Habrá muchos Camilos, dijo Fidel; y hubo Camilos, puedo agregar, Camilos que acabaron su vida antes de completar el ciclo magnífico que él ha cerrado para entrar en la Historia, Camilo y los otros Camilos (los que no llegaron y los que vendrán), son el índice de las fuerzas del pueblo, son la expresión más alta de lo que puede llegar a dar una nación, en pie de guerra para la defensa de sus ideales más puros y con la fe puesta en la consecución de sus metas más nobles.

No vamos a encasillarlo, para aprisionarlo en moldes, es decir matarlo. Dejémoslo así, en líneas generales, sin ponerle ribetes precisos a su ideología socio-económica que no estaba perfectamente definida; recalquemos sí, que no ha habido en esta guerra de liberación un soldado comparable a Camilo. Revolucionario cabal, hombre del pueblo, artífice de esta revolución que hizo la nación cubana para sí, no podía pasar por su cabeza la más leve sombra del cansancio o de la decepción. Camilo, el guerrillero, es objeto permanente de evocación cotidiana, es el que hizo esto o aquello, «una cosa de Camilo», el que puso su señal precisa e indeleble a la Revolución cubana, el que está presente en los otros que no llegaron y en aquellos que están por venir. En su renuevo continuo e inmortal, Camilo es la imagen del pueblo.
Por. William Gálvez Rodríguez

No hay comentarios:

Publicar un comentario