Si no te siento, Madre, más allá de ese espacio
carnal, físico, espiritual o imaginariamente real donde te encuentras, entonces
no lo dudes: este no soy yo.
Si no siento que en el fondo soy también Antonio, Fernando, René, Gerardo, Ramón… entonces tienes —Mirtha, Magaly, Irma, Carmen, Nereida— dos alternativas: pensar que estoy dormido en pesadilla o que he dejado de ser, de pensar y de sentir como son, piensan y sienten miles y millones de cubanos que hoy quisieran poner en ti el beso aparentemente ausente, supuestamente encadenado allá, al sur de los barrotes carcelarios, donde los labios y los brazos piden mejillas y cuerpos enteros que besar y comprimir, hasta la frontera donde se confunden, sin perjuicio alguno, añoranza, placer, pasión y “dolor”.
Dejaría de ser yo, si este domingo 11 de mayo no veo tu semblante inconfundible en esa flor que añoro regalarte, a cambio quizás de una simple pero divina sonrisa, o de esa lágrima tuya, menos amarga que otras derramadas a lo largo de estos “siglos” de angustia, mientras esperas justicia y libertad para la inocencia de la semilla que un día le diste —¡Y con qué vitalidad!— a Cuba.
Si no siento que en el fondo soy también Antonio, Fernando, René, Gerardo, Ramón… entonces tienes —Mirtha, Magaly, Irma, Carmen, Nereida— dos alternativas: pensar que estoy dormido en pesadilla o que he dejado de ser, de pensar y de sentir como son, piensan y sienten miles y millones de cubanos que hoy quisieran poner en ti el beso aparentemente ausente, supuestamente encadenado allá, al sur de los barrotes carcelarios, donde los labios y los brazos piden mejillas y cuerpos enteros que besar y comprimir, hasta la frontera donde se confunden, sin perjuicio alguno, añoranza, placer, pasión y “dolor”.
Dejaría de ser yo, si este domingo 11 de mayo no veo tu semblante inconfundible en esa flor que añoro regalarte, a cambio quizás de una simple pero divina sonrisa, o de esa lágrima tuya, menos amarga que otras derramadas a lo largo de estos “siglos” de angustia, mientras esperas justicia y libertad para la inocencia de la semilla que un día le diste —¡Y con qué vitalidad!— a Cuba.
No sería, en fin, yo: niña, niño, joven, hombre,
mujer, longevo, cubano, pueblo… si no escribo, plasmo y te hago llegar en este
pequeño espacio lo que desde el brutal e inmerecido cautiverio está latiendo
justamente ahora —por ti— dentro de ese hijo maravilloso, insuperable, digno y
fiel a prueba de todos los rigores, de todas las injusticias y de todas las
penurias, incluida la severidad de este tiempo que no ha podido arrugar cinco
sonrisas en labios, el beso en franco vuelo multiplicado por millones, ni la
ternura de esas mejillas tuyas que hoy son –mucho más— de Cuba entera.
Por. Pastor Batista Valdés
No hay comentarios:
Publicar un comentario